Hace unos días una amiga me pidió que me quedara un par de horas con su niña de tres años, de nombre J. Durante la primera hora leímos cuentos, pintamos con ceras de colores y cantamos alguna canción que otra. Todo iba sobre ruedas: la niña pareció encontrarse y encontrarse con gusto, relajada en mi compañía, a pesar de que sus dos principales figuras de apego (papá y mamá) no se encontraron en casa.
Sin embargo, suele suceder con los niños/as que esta calma y tranquilidad, este sosiego, en un santiamén a causa de cualquier incidente mínimo puede irse por completo al traste, ya que las emociones son pasajeras y los estados de ánimo también . Si a esto añadimos que además de transitorias posee una cualidad contagiosa , puede que en un momento nos encontremos adultos y niños en el centro de una vorágine de emociones, desde el asombro que causa el impacto de un evento, al miedo o pánico del niño, el llanto incontenible, o bien el enfado y la frustración porque la necesidad de reparación a veces no puede ser cubierta inmediatamente.
En este caso con J. ocurrió que al ir al baño se propinó un pequeño golpe en la mano. Os transcribo la escena tal como sucedió a partir del percance:
─J. (Con tono un poco contrariado) ─¡Me he dado aquí! (Señalando su mano)
─Carmen ─A ver… (Inspeccionando la zona con atención y viendo que no tenía ninguna herida o hematoma) ─Esto no es “ná”. No ha pasado nada.
─J. (Con tono de voz más alto) ─¡Me dueleee!
─Carmen (sintiéndose ya un poco nerviosa y pensando que a ver si la niña se había hecho algo y no lo estaba viendo) ─Pues yo no veo nada, a ver ¿Dónde es, aquí? ─(Acariciándole la manita, intentando aparentar tranquilidad)
─J. (Gritando) ─Me dueleee. ¡Ponme vitaminas!
─Carmen (en modo pánico, pensando “¿qué quiere decir “vitaminas” y dónde está el botiquín?”) ─¡No pasa nada, mira, no te has hecho nada!
─J. (Con tono rozando ya la histeria) ─¡Vitaminas! ¡Ponme las vitaminas!
En este momento cuando ya pensaba “todo está perdido”, de repente esa intuición o sabiduría profunda que en ocasiones emerge cuando la mente lógica enmudece, me hizo reaccionar proclamando a gritos más fuertes que los suyos:
─¡Pataclín, pataclán, con mis poderes mágicos te curarás! ─Realicé un teatral gesto con los brazos sobre su manita “herida” y terminé la mini función con un discurso triunfal: ¡Ya estás curada!
La niña me miró totalmente pasmada. Antes de que pudiera reaccionar, le susurré a modo de revelación: “Es que yo tengo poderes mágicos, pero no se lo digas a nadie, es un secreto”. ¡Shisst!
J. replicó imitando el susurro ─¿Poderes mágicos?─ Enseguida entablamos una pequeña charla en voz muy baja, sobre los efectos de la magia ─¿A que ya no te duele? ─Le pregunté.
La niña cambió la expresión de su rostro que se fue iluminando paulatinamente, pasando del asombro a la alegría. Al final se lanzó a darme un efusivo abrazo.
─¡Ya no me duele! Carmen ¡Ya no me duele!
Las dos nos reímos mucho, descargando la tensión de los momentos previos. Al poco rato a ella se le había olvidado el incidente y pudimos pasar a otra cosa.
¿Qué había ocurrido aquí? Está claro que aunque el golpe en la mano había sido real, a nivel físico no había provocado consecuencias; sin embargo la niña había relacionado ese pequeño impacto y el dolor consecuente con una necesidad emocional de reparación, de contacto y de ser cuidada por la persona que en ese momento estaba a cargo de la situación: yo.
Si yo hubiera seguido en mis “trece” de convencer a la niña de que no pasaba nada, que no se había hecho nada, y que no había que buscar medicinas para curarla, seguramente la situación se hubiera complicado mucho más.
Aunque no podemos dar recetas universales y absolutas para este tipo de situaciones, ya que cada niño y niña es como un pequeño universo con sus propias reglas, sí que podemos inferir algunas enseñanzas básicas de esta experiencia:
1.- Acompañar las emociones de otra persona (ya sea adulta o niña) significa darle valor y veracidad a su experiencia (lo entendamos nosotros desde nuestro punto de vista o no). En el caso de los niños puede ser que un dolor o un malestar, una queja o una incomodidad sean una llamada de atención. Y… ¿Para qué llamamos la atención los seres humanos? Para obtener atención. Obtener atención es conseguir que el otro nos mire, nos escuche, nos reconozca, sentir que al otro le importamos, en definitiva sentirnos cuidados, valiosos y amados.
2.- Las llamadas de atención son una manera de solicitar cariño ¿Cuánta atención necesitamos las personas, los niños y niñas concretamente, para sentirse queridos? Un profesor muy sabio que tuve de Psicoterapia Gestalt comentó un día en mi grupo que existen tres tipos de personas en el mundo:
A. Las personas que necesitan cariño.
B. Las personas que necesitan mucho cariño.
C. Las personas que necesitan cariño pero no saben que lo necesitan.
Esto quiere decir que el amor es una necesidad universal. Las niñas y niños necesitan el cariño que necesitan, lo cual se traduce en escucha, atención, cuidado y sostén. No significa sobreprotección del niño/a ni tampoco estar pendiente de cumplir todos sus deseos al momento, pues es una cualidad del amor el poner límites cuando es necesario para desarrollar poco a poco la tolerancia a la frustración.
3.- Las necesidades emocionales se cubren con inteligencia emocional, no con objetos, regalos o experiencias materiales. Dentro de las competencias emocionales básicas se encuentran las habilidades sociales y de comunicación: Saber escuchar; tener empatía (ponernos en el lugar del otro) y ser asertivos. La inteligencia emocional se encuentra estrechamente relacionada con la creatividad y el desarrollo del hemisferio derecho del cerebro que regula los procesos intuitivos.
4.- Tener empatía con el niño/a no significa contagiarnos de y confluir con su emoción, olvidándonos de nuestro centro y equilibrio, pues al final podemos acabar sintiendo su mismo enfado, tristeza, miedo o frustración. Desde estas emociones es muy difícil ver con claridad y acompañar con serenidad al otro. Cuando podemos conectar con una respuesta creativa ante una situación difícil es cuando estamos centrados/as en nosotros/as mismos, con la conciencia y confianza de que nosotros somos los adultos y vamos a encontrar la mejor solución posible.
5.- Utilizar el lenguaje metafórico, la imaginación y la fantasía es hablar en el “mismo idioma” que los niños/as. Muchas veces como adultos nos empeñamos en dar respuestas o explicaciones lógicas y racionales, con la esperanza de que nuestra niña o niño así va a comprender y a darle sentido a las vicisitudes cotidianas. Esto no es así. Los niños tienen necesidad de magia porque su cerebro aún no está preparado para las respuestas lógicas. La forma que nosotros tenemos de poder comunicarnos en ese lenguaje es recordar que una vez fuimos niños también, que esos niños que fuimos aún permanecen como parte esencial de quienes somos, dentro de nosotros. Contactar con nuestros niños interiores es la puerta más directa a la fantasía, la imaginación y la cercanía emocional con nuestros pequeños/as de hoy.
Felicidades por el artículo, me ha sido de gran ayuda. Es realmente interesante la complicidad que puede generarse en la relación con el niño a través de la fantasía. Gracias