EL MIEDO EN LA INFANCIA

El miedo es una emoción básica que nos acompaña desde pequeños. A veces, con causa aparente o sin ella, puede originar distintas reacciones que van desde el inmovilismo, la huida, la ansiedad o la angustia. 

Aunque en muchas ocasiones cumple una función adaptativa para el niño o la niña, avisándole de cuándo una circunstancia, objeto, animal o persona, pueden ser peligrosas, esto no deja de producir sufrimiento tanto al menor como a la familia. Desde nuestra posición de adultos, podemos ver con claridad que no hay por qué tener miedo cuando lo obvio es que estamos a salvo. El ejemplo más claro es cuando la niña o el niño van a dormir y temen que haya “algo” debajo de la cama o dentro del armario, o quizás dentro de la misma oscuridad de la noche. 

Como educadores debemos saber que aunque este miedo pueda parecernos absurdo e irracional, no deja de ser real para los niños y niñas. Es real en cuanto a que sus emociones, su pensamiento, y su reacción fisiológica así lo muestran. 

De nada nos sirve entonces explicarles desde la razón, desde la lógica, que no deben tener miedo, que no existen los fantasmas ni los monstruos, que estamos ahí al lado, en la otra habitación, o que en casa están seguros. El miedo camina por vías diferentes a la lógica. Camina por los raíles del hemisferio derecho del cerebro que regula los procesos intuitivos, la imaginación, la creatividad, la fantasía en suma. Por ello, como educadores, podemos aprender y conectar con ese lenguaje. 

Comenzar a hablar a la niña o al niño en metáforas, con cuentos e historias, con dibujos e ilustraciones, que le den respuestas desde ese otro lado. Para ello un buen camino es ponernos en su piel. Recuperar al niño o a la niña que fuimos. Recordar que también un día tuvimos miedo.