Bienestar emocional en vacaciones

Contemplar

Ahora que llegan las vacaciones de verano para tantos niños y niñas podríamos preguntarnos cómo ayudarles a descansar cuerpo y mente para recargar las pilas, además de seguir aprendiendo y creciendo ya que el curso escolar termina, pero la vida afortunadamente continúa.

Es muchas veces en los largos y calurosos veranos cuando el tiempo parece detenerse, que conseguimos contactar con otros ritmos y otras necesidades. En los días que corren se hace perentorio, casi urgente, levantar la cabeza de las pantallas y mirarnos de nuevo unos a otros, sin prisas, sin exigencia, sin tener que hacer nada en particular. Recuperar los largos paseos, las risas, los bailes y los juegos al aire libre.

Si podemos pasar más tiempo con nuestros niños/as, no hay mejor momento que el verano para ayudarles a conocer y gestionar sus emociones.

Dentro de la inteligencia emocional se encuentran las competencias para la vida y el bienestar. Entre otras cosas se incluye en estas competencias la capacidad para generar y/o disfrutar de experiencias placenteras. Esta aptitud nos conduce directamente a la vivencia del bienestar psicológico, emocional. Y uno de los caminos directos hacia el bienestar es encontrar un ritmo más lento, poder parar, disfrutar momentos de silencio mental, relajación y contemplación.

Qué importante me parece enseñar hoy que podemos estar sin hacer nada. Que no solo podemos sino que necesitamos a ratos parar y no hacer nada. Lo escribo y hasta me parece “políticamente incorrecto” porque hoy el valor del rendimiento, del hacer, conseguir, o tener, se ha sobredimensionado tanto que parece que si no estamos haciendo algo, estamos perdiendo el tiempo. Sin embargo el cerebro necesita “resetear” de tanta información, de tanto estímulo, y conectar con el aburrimiento a veces y con el vacío. Un vacío que, cuando lo sostienes lo trasciendes. Cuando te quedas en él, se puede transformar en un campo fértil de ideas nuevas, de propósitos, que, en el caso de los niños/as, a veces toman la forma de cuentos, juegos, canciones, bailes y sueños.

Se trata en definitiva, de conectar más con el hemisferio derecho del cerebro, relacionado con la imaginación, la fantasía, la intuición y la creatividad, y todo ello forma parte de la capacidad para generar experiencias de disfrute y placer, que son clave para sentir bienestar psicológico.

Una forma de poner en marcha a nuestro hemisferio derecho es la práctica de la contemplación. Contemplar no es solo ver ni solo mirar sino que va un poco más allá. Ver es percibir a través de nuestros ojos la realidad. Mirar comprende dirección, intención y atención a algo concreto. Contemplar es detenernos en la mirada de lo observado, sin prisa, sin metas, sin recompensas, pues el premio se encuentra en el proceso, no en el fin. Y la explicación nos la puede dar el significado, la etimología de esta palabra.

Parece ser que “contemplar” procede del latín “contemplari” y está compuesta del prefijo “con” (junto a) y “templum” que significa “templo” como “lugar sagrado para ver el cielo”. Cuando contemplamos y no solo miramos, estamos abriendo la puerta de la percepción y de nuestra mente a otra manera de relacionarnos con la realidad, que nos hace experimentar paz, calma y disfrute, ingredientes básicos del bienestar emocional. Y ese lugar en nuestro interior, en el que experimentamos esas emociones positivas es sin duda alguna el lugar sagrado desde el que vislumbrar el cielo.

Si podemos conseguir en nuestras vacaciones vivir a un ritmo más lento, pasar horas sin hacer nada, perdernos en la contemplación de una obra de arte, de paisajes, de seres vivos, del cielo que cambia a cada instante de forma y de color…, estaremos conectando con nosotros mismos a través de nuestros sentidos, estaremos permitiendo a nuestro cerebro formar nuevas conexiones neuronales y también estaremos enseñando a nuestras niñas/os como se alcanza el Bien-Estar, clave de la inteligencia emocional.

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